Cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios.

Sábado, 8 de Febrero del 2025

¡NO ESTOY MUERTA! - RELATO PARANORMAL

¡NO ESTOY MUERTA! - RELATO PARANORMAL

“En sus ojos brillaba la desesperación de mil noches sin descanso, un alma atrapada entre dos mundos.”

— Charles Dickens, El fantasma de la novia.

 

Fantasma en Tandil, Buenos Aires

Es irónico para mí contar e iniciar un relato con componentes de una típica película de “Cine B”. La historia que escribiré a continuación reúne desde mi punto de vista los clichés más comunes y silvestres en las películas de bajo presupuesto o, en su defecto, de una falta de ideas o motivaciones a la hora de escribir un guion cinematográfico.

A diferencia de otros relatos de la web donde mis entrevistados son los portadores de la palabra brindando sus vivencias y los detalles de las mismas, hoy me tomare un capricho personal y les relatare una historia paranormal cual me tiene a mí como su relator protagónico.

Confieso que es algo que tenía ganas de hacer, empero, temía y temo arruinar el lineamiento de las historias ya que al no contar con otro testigo ocular o auditivo puede perder veracidad y así, capitular de cierta forma el afecto del lector.

Lo que voy a relatar a continuación fue algo que me sucedió hace poco menos de un año. Durante un fin de semana del mes de abril, junto a un par de íntimos compañeros de mi vida laboral, realizamos un campamento de dos días en el partido de Tandil ubicado en el centro de la Provincia de Buenos Aires donde, para mi sorpresa, fui testigo de un curioso y extraño misterio.

Sin más preámbulos que aburran o molesten a quien lee estas líneas aquí va mi historia….

Sábado 9 de abril del año 2016, Estación terminal de ómnibus Retiro (C.A.B.A.).

Una de las cosas que pueden ponerme sumamente nervioso a la hora de hacer un viaje son esas pantallas atestadas de horarios y números de dársenas. Pese a que tuve la suerte de poder hacer varios viajes en mi vida nunca terminé de amigarme con esa forma de mostrar la programación de salidas y arribos de los vehículos. La enorme cantidad de tráfico, de empresas de transporte y de destinos inundan mi sentido visual a la hora de tener que tomar un micro.

Llevaba un equipaje pequeño. Iba acompañado solamente por un bolso de mano, portador de mi celular, uno de mis libros preferidos (“Ángeles y Demonios” de Dan Brawn), el pasaje impreso, mí documentación de identidad y el dinero suficiente como para poder sobrevivir un fin de semana en un lugar que podría describir como lo más parecido a un despoblado. Colgada de mi espalda, dentro de una funda negra y brillante, se encontraba mi guitarra que por vez primera me acompañaba a un viaje que excediera unos pocos kilómetros de su lugar de reposo.

Luego de casi cuarenta minutos de retraso el micro que me conduciría a mi destino arribo en una de las dársenas comprendidas entre la numeración 20 y 30 de dicha estación. Subí al vehículo y me dirigí a mi asiento. Confieso que soy de esas personas que prefieren viajar en la primera hilera del piso superior del micro. Fue allí donde retire mi celular y auriculares del pequeño embalaje de mano y tome la melodiosa voz de Simone Simons (Vocalista de la banda de metal sinfónico Épica) quien me acompaño un gran tramo del recorrido mientras observaba los diferentes paisajes que se desplegaban por delante.

Mi presencia en aquel vehículo era consecuencia de una cursada nocturna la noche pasada. Por eso mismo ya todo mi grupo de compañeros se encontraban en el camping pactado desde el alba luego de una noche de manejo. Por lo menos tenía mi retorno con ellos asegurado y el beneficio de que llevaban gran parte de mi equipaje y me permitía, de esta forma, viajar cómodo y ligero.

Al cabo de un par de horas, una pequeña siesta, muchos capítulos de lectura y un calor extremadamente agobiante por mal funcionamiento del aire acondicionado el micro en el que me encontraba arribo en Tandil donde uno de mis compañeros me esperaba con su propio vehículo para poder reunirme con el resto del grupo.

El viaje no fue muy largo y al poco tiempo estaba registrándome en el acceso al campamento. El lugar parecía tal cual estaba descripto en las fotografías de su sitio web salvo que por obviedades climáticas la pileta estaba cerrada al público y, por motivos desconocidos, la proveeduría se encontraba fuera de servicio.

Los chicos me recibieron con una cálida bienvenida y luego de un desayuno improvisado de unos mates que galletitas dulces me dedique armado de mi carpa e ingresar mis cosas en ella.

El día transcurrió con normalidad. Cercano al mediodía nos acercamos a la ciudad para comprar un poco de carne, unas bebidas y carbón para cocinar. Luego del almuerzo los chicos se fueron a dormir una siesta para atenuar el cansancio del trayecto en automóvil por la noche pasada. Yo, en cambio, decidí salir a caminar e inspeccionar el lugar.

Destaco que pese a que la proveeduría se encontraba cerrada el predio disponía de más que suficientes comodidades y cumplía las expectativas esperadas. El mismo contaba con canchas de futbol, espacio para casas rodante, un sector de parillas y quinchos bastante amplios y unos baños un poco alejados, pero con todos los servicios y prestaciones para los viajeros que se hospedaban en aquel lugar.

Era curioso y alarmante que, mientras que la noche se acercaba, la temperatura empezaba a bajar drásticamente. Fue una sorpresa para todos nosotros haber almorzado con una temperatura prácticamente de verano y encontrarnos con una oscuridad de temperaturas invernales. Todos nos sentimos sumamente estúpidos por no haber presagiado esto y haber traído abrigo de cama para combatir el frio. De todas formas, ya era tarde para algún tipo de arrepentimiento y llegada la penumbra de la noche nos juntamos alrededor de un precario pero importante fogón. Recuerdo que nuestra cena consistió en un poco de pasta (que por cierto salió con un sabor bastante extraño) acompañada por el restante de la gaseosa y bebidas alcohólicas. En mi caso particular al no querer tomar algo fresco en aquella noche y no ser de beber bebidas con alcohol decidí prepararme algo de mate. Pese a que todo el mundo me previno de que beber esa infusión a estas horas me haría posiblemente despertar durante la noche para frecuentar el lejano sanitario decidí, muy erróneamente, combatir el frio y cebarme una cantidad mediana de la bebida caliente. Las próximas dos horas que nos mantuvimos despiertos charlamos de diversos temas acompañados por la calidez y el crepitar de las llamas. Los chicos tocaron canciones con la guitarra que lleve para ellos. Contamos chistes y, como tema obligado ante el fogón de una noche de campamento, contamos historias de terror y suspenso (No sé por qué, pero todos quisieron que yo empezara a relatarlas).

Cuando el fuego empezó a extinguirse y la velada ya estaba demasiado fría como para seguir a la intemperie decidimos cortar con las charlas e irnos a descansar. Unos minutos después, ya recostado dentro de mi bolsa de dormir y acompañado con un farolito a led devoraba arduamente el libro de Dan Brown. Algo bastante curioso porque pese a que era como la quinta vez que lo leía acaparaba mi atención como el primer día. Terminado un par de capítulos decidí rendirme al sueño para olvidarme un poco del frio que sentía. Apagué la luz y cerré los ojos esperando la mañana.

Fue alrededor de las tres y media de la madrugada cuando desperté. No me extraño ya que tengo la costumbre de despertarme todas las noches alrededor de la misma hora. La oscuridad dentro de mi carpa era total. Tomé el celular y luego de comprobar la hora, a regañadientes por el frio que me esperaba afuera, decidí por hacer una visita al baño. Fue ahí cuando los consejos de mis amigos acerca del mate de la cena me vinieron a la cabeza. Sin prestarle atención a lo helado de la noche me calce y abrigue a la luz de mi teléfono y tome el impulso necesario para afrontar el roció y la brisa que me esperaban fuera de aquel refugio de telas de diversos materiales.

La pálida luz de una llena apenas cubierta por unas nubes le daba al lugar un aire místico. El silencio era opresivo y apenas algún que otro sonido nocturno llegaba a mis oídos. Inclusive la avenida que se encontraba a la vera del predio era dueña de un silencio y quietud de película.

Tome la decisión de cerrar mi carpa por fuera dejando el celular en ella. Puse mis manos dentro de los bolsillos de mi campera y a paso decidido y enérgico me dirigí a los sanitarios que se encontraban a casi doscientos metros de donde estábamos pernoctando. A medida que me acercaba a los baños los arboles eran cada vez más espaciados. Una extraña, pero densa niebla no me dejaba ver con claridad pasados los cincuenta o sesenta metros. El silencio ya era de cierta forma incómodo y sin saber por qué, algo en mi decidió alertarme. Un sentimiento de cierto desagrado que hace muchos años atrás no sentía me apreso allí en mitad de la noche. Lo primero que hice fue ver detrás de mi hombro… nada ni nadie estaba cerca. No se cuento tiempo estuve quieto y esperando Dios sabe qué, pero al cabo de unos minutos de silenciosa oscuridad decidí hacer caso omiso a esa alerta y retomar el camino a los sanitarios.

Fue en esa última parte del trayecto. En los últimos veinte o veinticinco metros anteriores a las puertas de los servicios cuando ese pesar opresivo era tan fuerte que por mera curiosidad o guiado por algún tipo de extraña paranoia dirigí mis ojos al pequeño alambrado que delimitaba el predio de la ruta. Fue ahí, justo detrás de la cerca metálica, donde una silueta difusa, alta e intimidante me observaba. Fueron solo unos segundos antes de que la extraña figura se perdió en la noche. La imagen, pese a la distancia y la oscuridad, era de una mujer de mediana edad, con algún tipo de blusa o vestido blanco. Con un pelo ordenado y una tez de extrema palidez.

Luego de volver en mí ante esa grotesca aparición continúe mi peregrinar al baño de caballeros pensando que quizá fue producto de mi imaginación. Una vez dentro de él, prendí las luces y me lavé la cara con agua helada. Sentía algo extraño en mí. Ese sentimiento de acecho. Ese frio en la espalda. Me encontraba completamente cubierto de sudor. Mi mente y mis recuerdos completamente desbocados ante lo vivido fueron a un pasado muy bien guardado. Recuerdos, sentimientos, visiones y muchas cosas más que tenía bajo llave en mi cabeza afloraban a una velocidad vertiginosa.

Absorto por todo eso no fui consciente de que la temperatura del lugar empezó a bajar drásticamente y las luces a fallar. Cuando la oscuridad fue total y el blanco vapor emanaba de mi boca volví en sí. La incomodidad era suprema. Me sentía observado nuevamente. Voltee lentamente sabiendo lo que me esperaba. No estaba solo en aquel tétrico, frio y amplio baño.

La chica, de unos veintilargos años, me miraba fija e inexpresivamente a unos metros de distancia. Sus ojos eran vidriosos, sin vida. Su piel era blanca y tersa. El vestido blanco que llegaba a sus rodillas estaba rasgado y cubierto de sangre. Su cuerpo presentaba signos intangibles y traslucidos de descomposición. El pelo estaba opaco y sucio. Era la clara imagen de una persona que llevaba ya unos meses dentro de la tumba.

Lo primero que hice fue intentar saludarla. Luego de algunas palabras caí en cuenta de que no me iba a responder. Pese a eso sabía que la aparición que tenía delante me escuchaba y me entendía a la perfección. Probé con acercarme y extenderle mi mano en señal de amistad. Fue ahí cuando ella se movió y toco mi mano. El frio de la muerte me inundo al mismo tiempo que me sentía presa de esos ojos inexpresivos y carentes de vida. Ella sonrió lentamente mostrando unos dietes sobre una boca negra. La sangre coagulada se veía dentro de la misma. Nuevamente intente hacer contacto a través del habla, pero ella se mantenía en silencio. No sabía del todo que hacer en su compañía, pero claramente este espíritu había encontrado algo en mí y al parecer amistoso opte por acompañarla el tiempo que sea necesario. Desconozco el tiempo en que nuestros dedos vivos y muertos se encontraron entrelazados.

Fue cuando alguien prendió la luz en el baño de mujeres, esta chica ensangrentada que tenía enfrente se esfumo por completo delante de mí. Ocurrido esto, la luz del sanitario donde me encontraba volvió a prenderse. Me quede unos minutos en silencio, absorto en muchos pensamientos. Cuando volví en sí y acepte que esa visión no se volvería a repetir apague la luz de la sala y me dirigí a dormir.

Pasado unos minutos de frio extremo ya me encontraba dentro de mi bolsa de dormir sumergido en lo que había vivido. Preferí olvidarme de ellos y me forcé a descansar. Nunca sabré si fue algún tipo de alucinación o morbosa realidad, pero unos segundos antes de caer al sueño profundo note la misma presencia dentro de mi refugio.

El cantar de un gallo me saco de las pesadillas de aquella noche. Me encontré destapado y fuera de mi bolsa de dormir. Parte de mi cuerpo me dolía por haber dormido prácticamente sobre la tierra. Haciendo unas mínimas acrobacias dentro de la tienda de acampe me calce y Salí a recibir un nuevo día.

Al cabo de un rato los chicos empezaron a despertarse. Había decido no compartir con ellos la experiencia de aquella noche. No porque me tildaran de supersticioso o bromista, sino porque no quería que me hicieran algún tipo de compañía la próxima noche. Gozaba de una última oportunidad para aclarar mis dudas con aquella mujer antes de la partida y quería hacerlo en absoluta soledad.

La mañana transcurrió tranquila. Desayunamos holgadamente y charlamos con tal magnitud que una vez finalizado el desayuno empezamos a preparar el almuerzo. Durante la tarde yo empezaba a sentir sueño en consecuencia de la noche pasada. Pese a eso aproveche una partida de cartas para averiguar si alguno de mis acompañantes había sido participe de una vivencia similar con aquella muchacha. Para mi decepción, yo fui el único.

Alrededor de las cinco de la tarde me separe del grupo para hacer una rápida investigación sobre lo ocurrido. Esta vez no opte por recopilar datos entre los visitantes del lugar sino por los dos hombres que entendían el mostrador de entrada. Para mi ventaja, hoy era el día franco de los empleados y el dueño del lugar estaba atendiendo en su lugar. Pese a que al principio se mostró reacio a hablar del tema su comportamiento me demostró que sabía perfectamente de que le hablaba. Use varios argumentos para socavarle la vital información. Cuando le comenté sobre las investigaciones que hacía para una página llamada Obscura Buenos Aires y el proyecto de un libro de las leyendas urbanas a lo ancho y largo del país Aurelio decidió ayudarme con la única condición de que el nombre del lugar quedara en el anonimato. Luego de jurárselo no una sino cinco o seis veces me hablo sobre un accidente automovilístico que dio lugar a menos de dos kilómetros de donde estábamos.

Al parecer, una noche de verano hace unos quince años atrás una chica que venía manejando en su auto al salir de un restaurante que estaba cercano al campamento fue colisionada por un camión. La fuerza del choque fue tanta que el auto salió disparado contra el costado de la ruta. Pese a todo esto fueron dos horas de agonía lo que sufrió la pobre muchacha antes de cerrar los ojos. Según lo que escucho el dueño del predio (Ahora saben porque en ningún momento di el nombre del lugar) la chica repetía incansablemente la misma oración: “No estoy muerta”

Unos meses más tarde tuvo lugar el primer avistamiento. Un camionero juro ver a la vera de la ruta a una chica muy hermosa vestida de blanco. También se hablaba de una llorona o una figura pálida que era portadora de la desdicha y la muerte en el lugar. La historia paso de boca en boca y muto de formas muy curiosas. Algunos hablaban de un ángel, otros de un demonio e inclusive algunos hablaban de un extraterrestre disfrazado de mujer.

Al parecer yo no era el primero en verla dentro del predio, sino como el décimo. Pese a la propia investigación que Aurelio nunca pudo averiguar el nombre de la muchacha. La noticia no había tenido importancia para los medios y todo quedo bastante oculto.

Tras volverle a prometer al buen hombre que ningún dato de la identidad del lugar iba a salir a la luz di por capitulada la charla y antes juntarme con mis compañeros una nueva idea llego a mi cabeza, y estaba vez, prefería realizarla acompañado.

¡He chicos! – Les grite una vez a una distancia prudencial para que me escucharan – ¿Qué les parece si comemos afuera? El dueño me hablo sobre un restaurante que esta acá a quince cuadras sobre la ruta.

Eran las ocho de la noche cuando nos encontramos caminando por la Av. Estrada en dirección al restaurante donde había acontecido el deceso de esta señorita. Me costó bastante convencer al grupo de hacer la distancia a pie. Gracias al cielo que la temperatura y la excusa de poder “bajar la comida” con un poco de caminata me jugaron a favor. La noche era clara. Las estrellas superpoblaban el cielo.

La cena fue cálida y tranquila. El pequeño restaurante brillaba como un faro en la noche Tandilence. El edificio tenia aire rustico y antiguo con sus paredes de ladrillo. Su interior iluminado tenuemente le daba cierto aire místico. La cena duro poco más de hora y media. Yo aproveche que estaba allí para levantarme y preguntarle al dueño del bar si recordaba dicho accidente. Para mi suerte no solo se acordaba del mismo sino de que al parecer la chica había encontrado su muerte en la dirección del camping del que veníamos. No me sería de extrañar que ella haya tocado el final de su vida mucho más cerca de lo que me comento don Aurelio en la recepción de nuestro parador. Al cabo de unos minutos volví a la mesa con mis pares y llegue en el momento perfecto para pedir el postre.

El camino de vuelta fue mucho más largo y agotador. La alta hora de la noche y el haber cenado nos jugaba en contra. También el frio que empezaba a notarse era molesto y el viento ingresaba en nuestras ropas como agujas en la oscuridad. Algo que llamo la atención del grupo no fue solo la cantidad de estrellas en el cielo sino el movimiento de las mismas. Muchos cuerpos celestes se movían en el firmamento. Algunos de nosotros pensaron que podía llegar algún tipo de nave no identificada. A mí me costó creerlo, no porque sea un escéptico en el tema de la vida en otros mundos o en el cielo. Sino porque las luces en movimiento eran extremadamente visibles en las alturas y claramente en ellas no había ningún patrón especifico ni variaciones sospechosas. Otra cosa que nos llamó poderosamente la atención fue la quietud de la calle. Al ser el lugar tan desolado los vehículos se escuchan prácticamente a kilómetros y durante el día fueron un sinfín los que pasaron por aquel mismo lugar. Pero mientras pasábamos aproximadamente entre las diez y las once de la noche el silencio era incómodo. Solo el viento se hacía oír en silencio.

Llegamos a destino cercano a la medianoche. Todos decidimos que lo mejor sería irnos a dormir para empezar a preparar desde la mañana temprana las cosas para el retorno a la ciudad. Ahí fue cuando me separé del grupo deseándole las buenas noches y me dirigí a mi carpa. Una vez que me encontraba dentro decidí recostarme y ponerme a leer un poco. Tengo la costumbre de leer un poco antes de dormir para motivar el sueño y esa noche quería poder dormirme rápido. Una vez que mis ojos me pedían un descanso me descambie lo máximo que la noche ventosa me dejo. Quería evitar que el choque de frio entre ahí dentro y el aire de la madrugada fuera tan drástico como la noche pasada. De hecho, mi idea era poder estar al aire libre una mayor cantidad de tiempo esta vez. Tomé mi celular y le puse una alarma vibratoria. La hora elegida para la misma era las tres y cuarto de la mañana (Me pareció curioso haber elegido ese momento de la madrugada para despertarme). Puse el celular debajo de mi almohada, apagué la luz que me acompañaba y me forcé a dormir. Todo el día había pensado en lo que iba a hacer en un par de horas y quería estar bien descansado. Rogué poder sentir la vibración del teléfono y me rendí al sueño pensando en aquella chica de blanco y sangre que tenía pensado confrontar en un par de horas.

La oscuridad era total. Me encontraba adormecido y con la perdida de orientación de quien se despierta en mitad de la noche en un lugar poco frecuentado o desconocido. Algo extraño requería de mi atención. Un sonido en la nada era seguido por una vibración. Fue cuando distinguí una leve luz debajo de mi improvisada almohada de campamente caí de lleno en la situación.

Observe que el reloj del celular indicaba que era un poco más pasadas las tres y veinte de la mañana cuando abandone la carpa con un abrigo suficiente como para no sentir frio. Cerré el cierre de la misma y comprobé rápidamente de que todos los que se encontraban a mí alrededor estuvieran durmiendo. El silencio era absoluto así que proseguí a abrocharme fuertemente las zapatillas y dirigirme en dirección al baño por el húmedo y rociado camino de tierra y pasto.

Las nubes volaban rápidamente en las alturas ocultando la luna de vez en cuando. Eran momentos donde el predio se sumía en la oscuridad absoluta. Una linterna apagada reposaba en mi mano diestra mientras que mi celular lo hacía en la siniestra. Fueron suficiente solo veinte metros para poder despertarme completamente y ya sentir ese estado de vigilancia ante lo desconocido. Fue irónico para mí pensar en la situación que me encontraba. Estaba solo en un campamento a altas horas de la madrugada mientras todos se encontraban en su cuarto o quinto sueño en búsqueda de un tipo de fantasma o espectro. No pude evitar disparar mi memoria a cuando era más chico… la primera vez que fui en búsqueda de “algo” que se encontraba en mi hogar… preferí borrarlo de mi cabeza y proseguir a un paso aún más firme. Había cierta humedad en el aire. La calma era tanta que podía escuchar mis pasos en el pasto y el rítmico y constante sonido de mi corazón.

A los pocos minutos llegue al baño de hombres. Prendí la luz tal como lo había hecho la noche anterior. Me moví unos minutos en la habitación y proseguí a lavarme la cara y las manos. El frio era normal y esa extraña ráfaga de presencias paranormales no llegaba. Todo estaba tranquilo, quieto y silencioso.

Cuando diez minutos se completaron decidí sentarme en el banco del vestuario y escuchar un poco de música, navegar en las redes sociales y leer las noticias. De vez en cuando levantaba mi mirada hacia la habitación húmeda y despintada. Las cortinas de las duchas se mecían por la brisa que entraba a través de la ventilación. Una canilla que perdía era el único sonido cuando mis auriculares quedaban en silencio absoluto. Fue luego de media hora de completa calma y quietud cuando abandone del baño completamente defraudado. Me convencí que lo mejor sería Salir a caminar un poco por el predio en búsqueda de misterio. Llamaría bastante la atención (y rozaría lo bizarro) que alguien entrara al baño casi a las cuatro de la mañana y me encontrara escuchando música sentado en el vestuario.

Mis pies me transportaron automáticamente a la cerca que daba a la avenida contigua. Al mismo lugar donde la extraña presencia fantasmal se me materializo en sus inicios. La carretera que se encontraba detrás estaba vacía y con una calma horrorosa. Miré alrededor y al no contemplar señales de personas despiertas me senté en el pasto. Ya me había acostumbrado al frio.

Recordé que antes de entrar al baño había activado la aplicación “Grabadora de Voz” por si captaba algún ruido extraño. Comprobé que siguiera grabando y al cabo de unos minutos detuve la misma. Claramente esta no era mi noche y me iría con las manos vacías. Suspiré y me recosté en el pasto. El frio era creciente y sentía la humedad del roció en la espalda. Miraba las estrellas sin verlas. El cielo campestre era hermoso y onírico. Una belleza la cual por lo menos yo como una persona de barrio muy poblado no estoy acostumbrado a vislumbrar. Desconozco el tiempo que embelesado fui víctima de aquel firmamento. Al empezar a sentir sueño opte por levantarme y volver a mi bolsa de dormir que me esperaba con un abrigo más que considerado en comparación al pasto y los arbustos de la tierra.

No hubo lectura. El sueño que tenía era total y brutal. Los parpados me pesaban como consecuencia de lo vivido últimamente. Noches de poco dormir, estrés del trabajo, la caminata de ida y vuelta a aquel restaurante, el viaje en micro y, como olvidarme, mi enigmática muchacha fantasma del camino. Esa noche soñé con lo vivido la madrugada anterior. El rostro levemente ensangrentado, la nívea vestimenta, el gélido tacto de la muerte. La negrura del abismo insondable de lo desconocido.

* * *

La mañana del lunes fue caótica. El desayuno rápido y frio. El armado de los bolsos casi automático y desprolijo. Había llegado la hora de emprender el regreso a casa y teníamos la obligación de hacerlo excesivamente temprano porque dos de nosotros entraban a sus puestos de trabajo pasadas las tres de la tarde.

Abandonamos el complejo pasadas las siete de la mañana. El viaje fue en silencio porque algunos dormían en el camino. Extrañamente esa noche muy pocos descansaron. Uno de ellos me conto que tuvo una extraña pesadilla con una chica que lo observaba desde la oscuridad.

Cuando ya éramos solamente un compañero y yo en el auto (Los dos que vivíamos en Lanús) empezamos a hablar sobre las vivencias del fin de semana. Algo que a mi compañero le llamo la atención fue sobre un par de veces que me separe del grupo tanto en el campamento como en la cena y sobretodo, el tiempo que me tome para ir al baño la noche pasada (Al parecer me había oído salir de la carpa cuando me dispuse a darle caza a la muchacha de blanco). Sin filtros decidí contarle lo vivido durante el fin de semana. Especialmente lo que presencié la noche del sábado en el baño de hombres.

Su silencio fue prolongado. Me confeso, sin saber si fue un sueño o no, ver a una chica de características similares durante la tarde del domingo también en el baño de hombres. Según él fue cosa de un segundo. Pero se le notaba cierto temor y extrañeza en la mirada.

Ya una vez en casa opte por tomarme una ducha de agua caliente. Mientras que sentía el tibio calor del agua empecé a meditar en lo acontecido aquellos días. La salida resulto ser bastante satisfactoria para mí y para mis compañeros. La vivencia de la madrugada del domingo fue algo que me marco bastante. Me hizo recordar un sinfín de vivencias acontecidas durante mi edad más temprana en la misma casa donde me encontraba (Y aun me encuentro). Destaco que ver una chica ensangrentada fue un espectáculo morboso y terrible. Sentir el gélido tacto de la muerte fue muy interesante. Lástima que no pude escuchar ningún sonido salir de esos labios espectrales.

Luego del almuerzo me senté en mi escritorio para buscar información sobre aquel accidente. Pero no encontré ningún tipo de información confiable. Definitivamente tanto esa muerte como aquel espíritu serian cosas que nunca tocarían la luz y se harían conocidos. Apagué el ordenador y me recosté en la cama. Mi espalda sintió una gran cuota de felicidad al sentir un tupido colchón. Pensé en dormir una siesta ya que me sentía cansado, pero me negué a aquella idea dado que si tenía sueño a esas horas podría dormir fácilmente por la noche (No sé si alguna vez lo comente, pero sufro insomnio esporádicamente).

Al cabo de un rato me encontraba nuevamente frente a mi computadora. En ella escribí datos sueltos sobre el encuentro con aquella entidad ya que algún día podría necesitarlos. Una vez plasmados en el disco rígido ya no temía poder olvidármelos. Pero estaba seguro que eso sería muy difícil. Ese encuentro fue un disparador a sucesos y vivencias oscuras de mi vida. Vivencias las cuales nunca fueron perdidas en mis recuerdos y por las que pagaría sin dudar para que quedaran en el olvido.

AutorMatías Ferri para Obscura Buenos Aires (Mayo, 2016)