
NOCHES DE GUARDIA - RELATO PARANORMAL DE CAPITAL FEDERAL
¿Qué sucede con nuestro espíritu cuando el cuerpo finalmente exhala su último suspiro? ¿Qué hay más allá de la vida? ¿Existe realmente la famosa «luz al final del túnel»? Estas son algunas de las preguntas más profundas y enigmáticas que rodean lo que ocurre después de la muerte. Preguntas para las que, incluso la ciencia, no tiene una respuesta definitiva.
Este relato se sitúa en el Hospital General de Agudos «Dr. Juan A. Fernández», en el barrio de Palermo, sobre la calle Cerviño 3356. Allí me encontré con Mauro, un enfermero del lugar.
—Esto fue hace unos años —comenzó a contar Mauro—. Estaba trabajando de noche. Serían las dos de la mañana cuando llegó un paciente en estado crítico. Hicimos todo lo posible para estabilizarlo, pero falleció al poco tiempo. No pudimos hacer más.
El hombre fallecido estaba en una de las habitaciones compartidas del hospital, con dos camas separadas por un pequeño pasillo y un baño. Recuerdo que, antes de darme cuenta de su muerte, estaba administrándole un antibiótico al paciente de la cama de enfrente, quien llevaba dos días internado.
—Fue cuestión de segundos —parecía revivir el momento Mauro—. El paciente que atendía, de repente, se quedó mirando hacia el pasillo detrás de mí y preguntó: “¿Quién es el hombre parado a tu lado?”. Un frío me recorrió la espalda. Me di vuelta y, aunque apenas vi una figura, ésta se desvaneció al instante.
El hombre describió una figura muy similar al recién fallecido, de espaldas, mirando hacia la cama vacía, como si observase el cuerpo que acababa de abandonar la vida.
—Es algo común en un hospital —continuó Mauro—. Muchas personas mueren aquí, y algunos parecen no querer desprenderse de sus cuerpos o tal vez buscan despedirse. He sido testigo de muchos episodios inexplicables. Al principio me asustaba, pero con el tiempo te acostumbrás.
Mauro recordó otro episodio que vivió una compañera el año pasado, alrededor de las tres de la mañana. Estaba en una sala revisando a los pacientes cuando un joven comenzó a hacerle señas para que se acercara.
—Le pidió que cerrara la puerta o le dijera al hombre canoso que estaba en la entrada que se fuera —relató Mauro—. Mi compañera miró hacia la puerta, pero no vio a nadie. Solo un pasillo vacío. Para calmar al chico, le preguntó cómo era ese hombre. Más tarde, cuando contó la historia a los médicos y enfermeros en la sala de descanso, uno reconoció la descripción. Corrieron a la habitación, pero era tarde: ese paciente había fallecido momentos antes. Otro caso más de almas que parecen negarse a dejar este mundo.
La conversación con Mauro luego se desvió hacia otros temas: anécdotas de su vida en la medicina, lo exigente de la profesión, y hablamos de mi sueño frustrado de no haber seguido esa carrera. Al rato, volvió a sus tareas, y nos despedimos.
Este es solo uno de los muchos testimonios de trabajadores de la salud. Ya sea en una guardia, un hospital, una morgue o un asilo, estos sucesos son sorprendentemente frecuentes. Lo más curioso es que casi siempre ocurren entre las tres y las tres y media de la madrugada, una hora clave para lo paranormal. Quizás por eso, cuando estamos solos en casa a esa hora, sentimos ese aire frío en la espalda. Algo en el ambiente cambia, como si percibiéramos una presencia a nuestro lado. Los espíritus de los muertos se mueven entre nosotros cada noche. Algunos los sienten, otros los ven. Pero siempre están ahí.