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Sábado, 8 de Febrero del 2025

EL VAMPIRO DE LA COLONIA - LEYENDA URBANA DE BUENOS AIRES

EL VAMPIRO DE LA COLONIA - LEYENDA URBANA DE BUENOS AIRES

La Ciudad de Buenos Aires, con más de 450 años de historia y dos fundaciones, es testigo de relatos de todo tipo: hazañas caballerescas, complots revolucionarios, asesinatos meticulosos, traiciones, amores intensos y fenómenos sobrenaturales. Desde el primer asentamiento realizado por Pedro de Mendoza, sus calles en diseño de damero, inspiradas en grandes urbes europeas, han albergado una infinidad de misterios.

La historia que nos ocupa remonta sus raíces a la época colonial y, según testimonios, reaparece durante la fiebre amarilla, que diezmó a la población porteña.

Pocos saben que bajo las avenidas y edificios más importantes de la ciudad se extiende una red de túneles subterráneos interconectados, cuya construcción y propósito original son enigmáticos. Hoy conocidos como los túneles de la “Manzana de las Luces”, estos pasajes conectaban la Iglesia de San Ignacio (la primera de la ciudad) con hospitales, facultades y otras edificaciones prominentes. Descubiertos en 1912 durante la construcción de los cimientos de la Facultad de Ciencias Exactas, a la altura de Perú al 200, estos túneles han dado pie a múltiples teorías: defensa, contrabando, tráfico de esclavos, y una, un tanto más inquietante, apunta a ritos oscuros.

La leyenda cuenta que, al ingresar por primera vez a los túneles, arqueólogos e ingenieros hallaron huesos humanos y animales en gran cantidad. Uno de los testigos, de los pocos que accedió a hablar, mencionó haber visto una calavera humana con incisivos afilados como cuchillas. Se especula que alguna secta practicaba rituales macabros en esos pasajes, utilizando los restos de sus víctimas o seguidores.

Cuarenta años antes de este hallazgo, los túneles aún permanecían en el anonimato, y la superficie de la ciudad se encontraba desierta. Durante la epidemia de fiebre amarilla, Buenos Aires fue devastada: conventillos vacíos, negocios cerrados, enfermos que sobrepasaban a los pocos médicos, y cadáveres amontonados en las calles. En medio de este caos, se encontraron cadáveres en las inmediaciones de la Iglesia de San Ignacio, diferentes de aquellos muertos por la enfermedad: tenían dos pequeñas perforaciones en el cuello o en las muñecas, y estaban completamente desangrados.

Un académico de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, experto en esta oscura etapa de la historia, me señaló una intrigante conexión entre estos sucesos, separados por casi medio siglo. En una ciudad tan caótica, asesinatos y desapariciones eran casi imposibles de investigar, y muchos crímenes quedaron sin resolver. Al examinar los detalles, resulta difícil ignorar las similitudes entre los hallazgos de las calaveras con dientes afilados y las misteriosas marcas en los cadáveres de aquella época. Esta coincidencia nos lleva a pensar en la presencia de un ser extraño, lejos de los estereotipos de fantasmas o casas embrujadas: una criatura asociada con la literatura inglesa de 1897, cuando Bram Stoker dio vida a su famoso «Drácula».

Desde la fundación de Buenos Aires, innumerables vidas han sido arrebatadas. Sorprendentemente, en 2009, un periódico local —ya extinto— reportó el hallazgo de un anciano indigente muerto cerca de la Iglesia de San Ignacio. Sus muñecas mostraban heridas profundas y el cuerpo estaba prácticamente desangrado.

Las teorías varían: una secta religiosa, devotos de entidades oscuras, o tal vez un asesino aquejado por el síndrome de Renfield, impulsado por una obsesión morbosa con la sangre. O, acaso, podríamos imaginar la presencia de un vampiro o grupo de vampiros cuyo origen permanece envuelto en el misterio, ya sea de las Américas precolombinas o del viejo continente.

Esta no es la única leyenda urbana sobre vampiros en Buenos Aires. Existe el relato del «Vampiro de Flores», narrado en el libro Buenos Aires es Leyenda de Guillermo Barrantes y Víctor Coviello. Este ser, que aterrorizaba a los vecinos del Bajo Flores hace años, aún es recordado. Tanto, que algunas casas de la zona lucen coronas de ajo en sus puertas, una tradición que, según se cree, se originó para protegerse de este visitante nocturno, supuestamente originario de los Cárpatos.

En lo personal, hace unos años realicé una visita guiada por los túneles de la Manzana de las Luces. Recuerdo bajar por una estrecha escalera en espiral hasta un pasaje de piedra y ladrillo. Las puertas de hierro impidieron que avanzáramos mucho, pero pude observar cómo los túneles se extendían entre curvas y recovecos. Aquel recorrido me dejó una incómoda sensación de desasosiego, esa opresión que nos obliga a mirar detrás de nuestro hombro. Años después, cuando el académico compartió conmigo esta teoría, aquella sensación adquirió un nuevo significado.

Aunque dudo de la existencia de vampiros, no me atrevería a descartarla por completo. La historia mundial está plagada de relatos de vampirismo: desde Vlad Tepes, el empalador, hasta Erzsébet Báthory, la «Condesa Sangrienta». Entonces, querido lector, te invito a reflexionar y a compartir tu opinión sobre la existencia de estos seres milenarios.

Por mi parte, ahora evito ciertos lugares de la ciudad sin el refugio de la luz del sol. Por precaución, llevo un pequeño crucifijo colgado al cuello. Porque en Buenos Aires, nadie sabe qué puede estar aguardando en las sombras.